jueves, 9 de agosto de 2007

Zapatos.

...Estas anécdotas que van a continuación tienen todas un denominador común: los zapatos.
...- La más reciente me pasó hace apenas dos semanas. Me fui de vacaciones a Madrid, para pasar unos días con los amigos. Como sabía que me iba a tocar andar mucho por la ciudad, decidí llevarme zapatillas de deporte y zapatos de vestir pero sin apenas tacón. La mala pata y nunca mejor dicho fue la de no fijarme bien al coger mis zapatos, ya que cogí el derecho de un par mío y el izquierdo de un par de mi madre, que son muy parecidos y que estaban unos junto a otros al lado de la cama. Total, que estando en el cumpleaños de una nueva amiga me dolía mucho el pie izquierdo y al quitarme el zapato para ver el motivo me di cuenta. Llevaba un zapato de mi madre y, claro, como ella lleva un par de números menos que yo, me dolía el pie por estar tan encogido dentro del zapato. Eso sí, ha habido suerte y no he debido de dar el zapato puesto que mi madre no me ha dicho nada, o eso, o que aún no se ha vuelto a poner esos zapatos...Todo puede ser.
...- Otra anécdota similar pero más antigua me pasó yendo aún a la Universidad. Yo duermo en el mismo cuarto que mi madre y no suelo encender la luz al vestirme por las mañanas ya que, normalmente, con la luz que entra por las rendijas de la persiana es suficiente ya que no solemos bajarla completamente. Pues bien, hubo un día en que me di cuenta de una cosa: llevaba un zapato de cada tipo. Ambos míos y marrones, sólo que de estilo diferente y si me di cuenta fue porque en una de las veces que crucé las piernas para tomar los apuntes me dio por mirarme el pie (vaya Usted a saber el por qué) y al poco rato volví a cruzar las piernas al revés y por el rabillo del ojo vi un color diferente al anterior, con lo que me fijé mejor y, efectivamente, cada pie llevaba un zapato distinto... Es lo que tiene guardar los zapatos bajo el armario. Así que, desde entonces, opté por dejarlos un poco más visibles, aunque como se puede comprobar por la anécdota anterior, cuando en vez de dejarlos entre mi cama y el armario, los dejo entre mi cama y la de mi madre, no suele ser una buena idea.
...- Más o menos por esas fechas me ocurrió otra anécdota más normalita relacionada con zapatos. Para la obra de teatro "La visita de la vieja dama" de G. Dürrenmatt necesitábamos casi todos los actores unos zapatos amarillos y como tenía unos zapatos estilo manoletinas rosa fucsia que mi abuela me compro hacía años un par de números más grandes que el número que usaba en aquel entonces porque le gustaron y pensó que algún día los llevaría (y lo hice pero sólo porque me regalaron también un conjunto de traje chaqueta fucsia que duró una temporada sólo) me vinieron de perlas para pintarlos de amarillo, usarlos para la obra y tirarlos posteriormente. Lo malo fue que como usé témpera para pintarlos, al acabar la representación mis pies estaban completamente amarillos, ya que, con el sudor, la pintura había acabado en mis pies más que en los zapatos.
...- Otra anécdota con zapatos me pasó antes aún, yendo por el parque con una bici doble con mi prima pequeña que vive en Zaragoza. Íbamos bastante rápidas bajando la cuesta que da al Rincón de Goya, uno de los sitios más emblemáticos del Parque Primo de Rivera, más conocido como el "Parque Grande" y a mi prima se le cayó la rosa de piel de adorno que llevaba en el zapato y sin caer en que íbamos en la bici doble, le dio por agacharse a cogerlo con tal mala fortuna que desequilibró la bici y yo, para evitar que ésta y yo con ella cayéramos sobre i prima, me incliné cuanto pude en sentido contrario para evitar la catástrofe, sólo que, en dicho intento, puse demasiado ímpetu con lo que la bici y yo caímos hacia el lado opuesto. Al menos a mi prima no le pasó nada, eso sí, yo me gané un buen moratón en la rodilla.

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